jueves, 22 de noviembre de 2012

La Ciudadela de Alepo


Estuve por Siria hace ya un cierto tiempo, cuando todavía la dictadura no se tambaleaba. Por supuesto pasé por Alepo. Y nada más llegar me sorprendió el tamaño de la fortificación que se eleva encima de  colina, y no solo eso, sino la enorme red de pasadizos, túneles y catacumbas que estaban bajo tierra.
Cuando entré en la citadela  me encontré en un ambiente distinto, en una época diferente: las callejuelas eran sinuosas, al norte había sinagoga antigua y en el medio un anfiteatro. Curiosamente me costó comprobar que no había ningún elemento moderno allá dentro que me situara en el presente. 


Cámara: Leica lux c-3 

Siria, primavera 2010

T.B.R


Señora Topacio

Ayer pasé por delante de mi antiguo instituto en Ciudad Gris, un edificio racionalista, de ladrillo amarillo, y vi la ventana de la clase del primer piso, en donde antaño me daba clase aquella profesora de física, María Topacio, (como la piedra preciosa) una mujer bajita, bizca y cándida que se había resignado, pese a su increíble potencial, a dar clase a jóvenes que nada querían saber de la física.
Me acuerdo que un día contó toda su historia, contó por qué se comportaba de forma tan ingenua con los alumnos y por qué se había resignado a aquella vida estéril desde hacía treinta años. Al parecer, justo después de acabar sus estudios prestigiosos inició una carrera de investigación en un laboratorio que tuvo que abandonar en pocos años, ya que sus investigaciones no habían dado ningún fruto. Desde que había empezado aquella labor de investigación nada había en sus cálculos, ni la milmillonésima de una constante, ni la interferencia de alguna onda casi inexistente en sus aparatos de medida, ni siquiera las fuerzas gravitatorias más prescindibles de alguna partícula subatómica que no tomaba en cuenta durante un experimento. Con tan enormes cálculos usaba un cuadernillo para hacer una suma, que luego se veía obligada a tirar a la papelera visto que no tenía suficiente espacio en su casa para guardarlos. Durante aquellos años de investigación, María Topacio buscaba la integración perfecta de los datos reales en sus cálculos interminables. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que aquello era imposible si no despreciaba lo mínimo (las pequeñas inexactitudes que mostraba la práctica y que no aparecían en sus cálculos teóricos), dejó su trabajo en el laboratorio y se fue a trabajar de profesora en el instituto de ladrillo amarillo. Se refugió en un mundo ajeno en el que los datos solo llevaban centésimas, un mundo que parecía invisible para una persona opuesta a cualquier simplificación, en un mundo del que no salió hasta su jubilación.
La volví a ver una vez mientras arrastraba su carrito de la compra, le dije que había sido alumno suyo y ella me respondió con los ojos idos y su sonrisa cándida que había tenido muchos alumnos.
T.B.R

lunes, 17 de septiembre de 2012

Comunicado Dorreguista

Calle de Istambul             (cámara: Leica lux-c 3, 2011)

Dorrego Garrido se encuentra atrapado en el hotel Anex, rodeado de cientos de papeles, intentando reunirlos para escribir al fin una historia. Por esta razón lleva sin escribir en el blog varias semanas. Me ha pedido que comunique a los Dignísimos Lectores que volverá pronto. 

Atentamente, un amigo íntimo de Dorrego Garrido, Wegstijn. (Begstain en español)


T.B.R

martes, 21 de agosto de 2012

Cabo de Gata III

El Mónsul

Mar Plata

Nowhere Woman

Cámara: Leica lux-c 3

2010/2011

T.B.R

Cabizbajo

Alto, un poco cabizbajo, giraba la cabeza redonda de lado a lado, buscando a alguien que se lo llevara por un módico precio, era esclavo. No estaba solo, tenía compañeros, pero no comunicaban, tenían distintas procedencias.

Pasé a su lado, me paré, lo miré, le busqué un defecto, hasta lo toqué y me fui, no muy lejos, estaba yo también esperando a alguien.Permanecí mirándolo con mis bolsas de compra del supermercado en aquel subsuelo del centro comercial.

Permitiéndome el inciso de esta reflexión, he de admitir que pese a todos los medios a los que recurren estos centros de la felicidad, ya sean adornos de colores, juegos para niños o cualquier otra cosa edulcorada, seguirán siendo asépticos, impersonales y decadentes. Seguramente, si saco fotos desde ciertos ángulos de Chópingues diferentes, la foto sería muy parecida y la atmósfera igual. No responderé a la obvia pregunta: "Entonces, si tanto critica los centros comerciales ¿qué hacía usted allí?".

Hacía calor. La gente se acercaba a él como si fuese una fuente de frescor, yo también lo hice pensando lo mismo, sin saber que él pasaba el mismo bochorno (lo había notado al tocarlo y hasta diría que de su nuca emanaba un cierto aire cálido). Pasó un hombre que hizo lo mismo que yo pero se fue sin tocarlo. Vino un niño y también lo rozó. Con gesto automático, el Cabizbajo lo siguió con su ojo único, con un gesto desolado, rotando de izquierda a derecha su cabeza redonda y pesada.

Por fin llegó mi Espera y me fui. Creo que nadie compró aquel ventilador.



T.B.R 

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