sábado, 17 de marzo de 2012

Jaque o Libertad


Después de una larga partida de ajedrez con un amigo sirio en un gran café cerca de la mezquita de Damasco, hube de tener ciertas reflexiones.


Exteriormente, este juego parece muy limitado, el ajedrez; un tablero cuadriculado de sesenta y cuatro casillas, ocho por lado, alternándose en dos colores diferentes, treinta y dos fichas, dieciséis blancas y dieciséis negras, dos jugadores. 

Curiosamente, el ajedrez, a diferencia de todos los demás juegos clásicos de cartas, de ruletas o de dados, es un juego en el que no influye en ningún momento el azar, el azar de que un cara de dado represente un sexto de la probabilidad total.

Interiormente, el ajedrez, alberga en su tablero de sesenta y cuatro casillas exactas y restringidas, un universo de infinitas combinaciones (no las voy a considerar casi infinitas porque no estamos en una clase de matemáticas). Las infinitas posibilidades no están regidas por el azar, sino por la libre acción del jugador. El jugador juega libremente, él elige si moverá un peón o una reina, si moverá defensivamente u ofensivamente.

Detenidamente, si nos fijamos, esta libertad que tiene el jugador no es tan libre, verbigracia: el jugador blanco mueve una pieza amenazando la reina negra, el jugador negro, en circunstancias normales protegerá su reina de diversas maneras. Nos percatamos de que al proteger la reina ha actuado libremente pero bajo una amenaza. De esta situación deducimos que la libertad de movimiento de un jugador está condicionada por el movimiento del jugador opuesto y así viceversa. Al actuar libremente, un jugador intenta contrarrestar el ataque del otro y a su vez intenta atacar al otro. 

Inconscientemente, al tener la libre acción, al mover una pieza, uno siempre acarrea un consecuencia positiva y otra negativa, siendo una de las dos más importante que la otra. Por ejemplo: el jugador negro ataca con el caballo a la reina y la reina blanca se ve obligada a moverse. Al moverse hará que el peón que estaba protegido quede desprotegido. En este caso la consecuencia del movimiento es más bien negativa. El ajedrez es por tanto un juego en el que hay que medir las consecuencias de sus actos para llevarle ventaja al oponente, de este modo podemos pensar que el mejor jugador de ajedrez es el que puede medir más lejanamente en el tiempo las consecuencias positivas y negativas de sus actos.

Lamentablemente, cuando las consecuencias de los movimientos de los jugadores se van acumulando (sobre todo las negativas) se puede llegar a un punto en el que la libertad de un jugador es abolida por el otro, esto se llama Jaque. Después de una encadenación de consecuencias negativas (para un jugador más que par otro) y sobre todo de una alineación de Jaques contra ese jugador, se verá ante el juicio final: el Jaque Mate. Con esto vemos que el jugador que más consciencia de sus actos tiene, es el jugador que mejor sabrá medir las consecuencias de sus movimientos (actos), pero sobre todo será el jugador con más libertad de acción. Sin embargo el jugador que apenas vislumbre la primera consecuencia de uno de sus actos tendrá una libertad completamente condicionada a los movimientos del otro jugador, una libertad casi nula, que le sirve para empeorar su situación.

El ajedrez, con su aparente tablero restringido de sesenta y cuatro casillas muestra un universo que contiene una infinidad de movimientos regidos por la simple libertad. En el inicio de la partida la libertad es total para los dos jugadores y a medida que avanza el juego, los movimiento acarrean consecuencias que limitarán o expandirán la libertad pero ante todo la libertad de cada jugador se verá condicionada a la del otro. Estas dos libertades serán de cierta manera complementarias, cuando una aumente la otra disminuirá, hasta un punto en el que el jugador que mejor prevé las consecuencias de sus actos impone su juego, su libertad al otro jugador que renuncia a ella en el Jaque Mate.



PS: Hipotéticamente, en un mundo, frente a un tablero, con un número indefinido de jugadores; hipotéticos, se disputarían en una partida un número indefinido de libertades. ¿Y si todas ellas juntas forman una Gran Libertad total, ubicua, omnipresente, que se divide entre todos los jugadores, tocándoles a los más inexpertos una pequeña porción y a los mejores una gran porción?

Cordialmente, Dorrego Garrido





T.B.R     

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