Dorrego Garrido estuvo esperándolo todo el día. Manchao, el mirlo, solo hubo de llegar al atardecer, cuando su silueta se dibujó en el cielo rosado. Quedó posado sobre la rama del sauce hasta que el sol desapareció. Por fin echó a volar pero se quedó agarrado a la rama del llorón. Sorprendentemente aquel día la Tierra cambió de órbita.
Texto presentado en un concurso de microrrelatos
T.B.R
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